domingo, julio 15, 2007

Recuerdo de la muerte - Miguel Bonasso


Algún día iba a terminarlo. Casi 600 páginas para un libro en edición booklet, requieren de horas y horas de lectura. Pero cada segundo dedicado a Recuerdo de la Muerte, vale la pena.

Bonasso redacta en forma de novela hechos crudos y reales. Se abraza a la experiencia del diputado peronista Jaime Dri, perseguido y capturado en Uruguay, para indagar y sacar a la luz la vida en distintos campos de concentración durante la última dictadura militar argentina.

La lectura se va dando de manera fluída y el lector queda atrapado como en una novela de ficción, o quizá un poco más por el hecho de saber que todo lo que sucede no solo es verdad sino que ocurrió hace escazos años en el país donde uno nació y vive.


Ahí está, otra vez nos quedamos cortos. Vuelven siempre a la memoria los episodios sombríos de la fiesta. Los preludios de la carnicería. No está, por ejemplo, aquella escena que viviste en la madrugada del 12, en un bar de la avenida Santa Fe, cuando aquel viejito sacó (¡vaya uno a saber de dónde!) ese copón más grande que una tinaja, lo hizo llenar de cerveza y le dio de beber a todos los parroquianos. Ni la colorida descripción de aquellas gigantescas movilizaciones que asombraron a todas las delegaciones internacionales y les contagiaron el mismo triunfalismo que nosotros teníamos. ¿Dónde están esos que alzan las banderas rojinegras? ¿Dónde está ese chango moreno que le da al bombo con la manguera? ¿Dónde ese muchacho pecoso del gamulán que putea? ¿O aquél que abre los dedos de la "V" de la Victoria? ¿Y el pibito ése que asoma debajo del cartel? ¿Y los mineros esos con sus cascos? ¿Y los minones de la JUP con sus bluyines?

Las fotos me los muestran en ese presente perfecto de la victoria que escamotea la secuencia.
No hay desengaños.
No hay noche triste de la masacre. Regreso de Ezeiza por la autopista. Millones de silenciosos bajo el humo de las hogueras y el aullido de las ambulancias.
No hay Perón que baja en Morón. Que no habla en Ezeiza. Que pone la cara de malo el 21 y le echa la culpa a la Juventud Maravillosa.
No hay boludeces: teorías del cerco. "Rescates del General". No hay apresurados ni retardatarios.
No hay media plaza vacía cuando el General habla de "estúpidos", "imbérbes". Ni plaza llena, de nuevo, para esa despedida que fue el 12 de junio.
No hay pendejadas, utopías. Una tortilla con mucho huevo y poco seso.
No hay ese agujero de la muerte de Perón, tan prevista, tan temida y tan llorada.
No hay un emputecimiento gradual que de todo que prenuncia la masacre al mayoreo.
Ese que está ahí tal vez no sabe que su destino, a corto plazo es el fondo del río.
O una cuneta en la madrugada.
Esa chica de la vincha en la frente todavía no fue violada.
Ese que trepa por el árbol para ver mejor el palco no se retuerce en la parrilla.
Aquel que levanta el cartel: "Bienvenido General a su Argentina" no conoce las calles de su propio exilio.
No comió anticuchos en Lima.
No puteó por lo bajo a los que le niegan la visa.
No preguntó en mal francés dónde está el Palacio de las Naciones en Ginebra.
No vendió biyuta por las calles de Madrid.
No se salvó cagando para recordar, en un zaguán de Amberes, que perdió a toda su familia.
¿Y ese...ese porrudo, medio beatle...?
¿Y el grandote aquel, del overol?
Bueno, ése no tuvo más remedio que quedarse.
Para comer mierda.
Para que lo echaran de la Ford después de diez años de laburo. Para ver que el delegado que se hacía el loco no aparecía más.
Para no poder pagar el alquiler, ni la luz.
Para leer en un diario prestado las declaraciones de un funcionario opinando que "en la Argentina se sigue comiendo todos los días".
Para enterarse que él solo debe 2000 dólares de deuda externa, pero que si se pone a la señora y a los pibes deben como 10000.
Para que lo caguen a patadas en la cancha por cantar la marchita.

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