miércoles, julio 23, 2008

La quebrada de Humahuaca

Toda el área de la quebrada de Humahuaca en Jujuy, sumado a Iruya y San Isidro en Salta fueron el marco ideal para este viaje.



Purmamarca y su descomunalmente bello cerro de los 7 colores, donde ya pierde importancia la cantidad de colores presentes en una misma formación rocosa, para ganar preponderancia la imponencia de la naturaleza.


Cielos completamente díafanos, perfectos. Mejores que si hubieran sido pintados por el más eximio pintor.


Caminatas al borde de los ríos, casi secos. Ellos, esperan la llegada del verano, que traerá lluvia y deshielo. Nosotros, aprovechando la seca, podemos hacer la travesía que une los pueblos de Iruya y San Isidro.


El frio, aunque sea invierno ni se siente. Poco necesarios son guantes, camperas abrigadas u otros adminículos.


Semejante demostraciones de amor, ayudan aún más a vivir plenamente el invierno.



Una nube quiere arruinar la foto, pero lo que no logra saber es que la mejora más.


Increiblemente uno se va topando con diversas huellas que muestran que no solo hay paisajes lindos, sino que también hay gente con ideales mucho más nobles que los que uno cree tener.


Y por sobre todas las cosas, la fuerza que a uno le da esa conexión no solo con la persona a la que amás, sino con tus hermanos de sangre, con de la tierra y con el sol.

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Lo frágil de la locura

La sangre inquietaba en mis venas
y aquel verano al norte partí
para olvidarme de mi rutina
y sentirme liberado al fin.
Ver la tierra bañada de sol,
respirar aire en las alturas,
llenar el cuenco de mis ojos,
con lo más frágil de la locura.

Pero también la realidad mostró
otro reflejo en ella
cuando me habló un hermano al que también,
me llevó la huella.

Ya que vas a escribir, dijo,
cuenta de mi pueblo,
pobreza y dolor sólo trajo el progreso,
la cultura de la traición y los indios en los museos.

Me invitó a mascar de su hierba
y a morder de la pura verdad
me preguntó de que se ocupaban allá
en la capital
y yo sólo tuve palabras para definir la injusticia
y que sólo aspiraban al fruto de la propia codicia.

Al fin ví la tierra bañada de sol,
respiré aire de las alturas
y llené el cuenco de mis ojos,
con lo más frágil de la locura.

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