martes, octubre 30, 2007

Rafael Barrett - Trabajo

Paso a compartir un escrito de Rafael Barrett que llegó a mi por la publicación anarquista La Protesta.


Leo con melancolía las experiencias virgilianas que han hecho Gastón Bonnier sobre la división del trabajo entre las abejas. Aun quedaba algo que admirar después de Lubbock y de Maeterlinc, en el mundo aliado de las infatigables dispensadoras de miel.

El sabio patriarcal y sonriente ha espiado, durante todo un estío, con placida paciencia, las idas y venidas y paradas y vueltas y visitas misteriosas de las abejas a las flores. Ha descubierto, señalando el rostro estremecido de los insectos con ligeras pulverizaciones coloreadas, que cada uno de ellos se consagra a una sola faena, recoger néctar, polen, propiolis o agua, y dentro de un área fija, exactamanete lo mismo que si cumpliera una orden detallada y rigurosa. La disciplina feliz que de la colmena hace un prodigio, se extiende por los campos. Las obreras lo son más que nunca cuando parecen vagar en torno de los cálices. Más que nunca, el azar de las brisas y en la indolencia de las horas de sol, vigila y obra del genio extraordinario de la especie.

Las abejas trabajan, y las hormigas, y los pájaros, y los hombres. Trabajar es esparcir la vida por otro procedimiento que el de la generación. Lo que construimos vive en nuestras manos, prolonga nuestra carne. El nudo del aveno se diferencia esencialmente de la concha del molusco, ni son los instrumentos de acero con que ensanchamos nuestro dominio terrestre de naturaleza extraña a nuestros dientes y nuestras uñas. Trabajar es ramificarnos, completar la multitud agitada de nuestras formas. Y nuestro trabajo, misión tan augusta como la del amor y la de la muerte es triste. Ellos, los animales, los seguros, los infalibles, tienen el trabajo alegre.



Mitad el frenesí rutilante de la abeja, la tenacidad silenciosa de la hormiga. Su obra las absorve en permanente vértigo; embriagados, por ella sacrifican la existencia, se privan del sexo y transforman la arquitectura de su organismo. ¿ Qué incertidumbre radiante nace en sus entrañas ? Se abandona en común a una sagrada fatalidad, solo comparable entre nosotros al destino de los héroes de la pasión y de las creaciones intelectuales. En el hormiguero y en la colmena todos los individuos palpitan bajo la inspiración inflexible de los Romeo y de los Newton. En nuestra ciudad, el trabajo no es inspiración, sino castigo. Los inspirados son excepciones monstruosas; los demás trabajan empujados por el más rudimentario de los instintos, el hambre, por el más miope, corto, raquítico de los deseos, el oro.

Somos topos cegados por el tabique de la tierra. No vemos en el cielo, lo inmenso de los horizontes. El austero viento de alta mar, no llega hasta nosotros. Parecemos velozmente, agarrados a nuestro montón de miseria, sin sentir, comprender, sin sospechar nada. Trabajamos sin adivinar la grandeza de nuestra labor. En medio de un paisaje sublime, y en marcha hacia la profundidad divina de las cosas, caminamos tristemente, con los ojos vendados. Nuestro trabajo es triste.

Y sin embargo no envidiamos a las abejas. Son alegres, porque han alcanzado su figura definitiva. Las colmenas no se fabricarán jamás de otro modo, ni cabe mudanza alguna ni progreso en el mundo alado de las dispensadoras de miel. Son perfectas, si, mas la perfección es un mal sin remedio, porque es un límite. El mal es lo inmóvil, y los siglos dejan inmóviles a las abejas, a las perfectas. Nosotros los tristes porque no somos perfectos, avanzamos buscando la perfección, y el tiempo no pasa en vano para nosotros. Para nosotros respira la esperanza, puesto que sufrimos y estamos tristes.

Rafael Barrett

1 comentario:

Carola Silva dijo...

Me alegra que te haya gustado nuestro blog.Saludos